Por Luis Chitarroni

Ineluctable modalidad de lo visible, para comenzar con un lugar común proteico joyceano. Y media vuelta atrás, intentar asistir sin protección a estas seis estaciones de Ottonello en la profundidad vertebral de la narrativa. Algo más: tratar de sacar a la superficie algo inteligible y digno de sus imágenes menos tripuladas. Quiero ser artista: nueva suspensión de la incredulidad en contratapa (algo que, como intento, sólo tiene de novedoso su enunciación). Porque nada se sabe de antemano de estas verdades a ciegas y a medias que se distribuyen en “Kovacic”, aunque Dziga Vértov sea invocado, ni de la aparente falta de turbulencia que imprime a “Fundar un sexo” una especie de paisajismo de fondo, o del lunar de harina o de talco que confina “Comprar crema” a una blancura que juega a dos puntas, del atisbo indicial a la sentencia concluyente, con la experimentación y la inocencia. Bueno sería aprender de memoria un libro entero, como esos hombres de Fahrenheit 451cuyo punto de partida es un film distinto —Toda la memoria del mundo— y llegan a buen término.

En la circunnavegación ottonélica, Quiero ser artista se convierte de aspiración anhelante y metódica en confesión tautológica: la literatura es el mejor riesgo posible para que tales cosas ocurran. Porque cuando, a la larga, se apresura uno a redefinir el trance, el tránsito, la fatalidad nos deja sin aliento. Es el concierto y el conflicto de estas narraciones en fuga los que ponen fin a cualquier incertidumbre estética. Ya ha escrito de sobra el artista Ottonello la prueba que de nada lo eximirá, pero que impulsa sin renuncia esta expulsión sistemática de los demás oficios, de las demás profesiones, de la imperiosa eternidad en curso: que lo aísla en el presente sin progreso de la presunción porque la consulta ya como profecía cumplida, desinteresadamente.

Quiero ser artista de Pablo Otonello

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Ineluctable modalidad de lo visible, para comenzar con un lugar común proteico joyceano. Y media vuelta atrás, intentar asistir sin protección a estas seis estaciones de Ottonello en la profundidad vertebral de la narrativa. Algo más: tratar de sacar a la superficie algo inteligible y digno de sus imágenes menos tripuladas. Quiero ser artista: nueva suspensión de la incredulidad en contratapa (algo que, como intento, sólo tiene de novedoso su enunciación). Porque nada se sabe de antemano de estas verdades a ciegas y a medias que se distribuyen en “Kovacic”, aunque Dziga Vértov sea invocado, ni de la aparente falta de turbulencia que imprime a “Fundar un sexo” una especie de paisajismo de fondo, o del lunar de harina o de talco que confina “Comprar crema” a una blancura que juega a dos puntas, del atisbo indicial a la sentencia concluyente, con la experimentación y la inocencia. Bueno sería aprender de memoria un libro entero, como esos hombres de Fahrenheit 451cuyo punto de partida es un film distinto —Toda la memoria del mundo— y llegan a buen término.

En la circunnavegación ottonélica, Quiero ser artista se convierte de aspiración anhelante y metódica en confesión tautológica: la literatura es el mejor riesgo posible para que tales cosas ocurran. Porque cuando, a la larga, se apresura uno a redefinir el trance, el tránsito, la fatalidad nos deja sin aliento. Es el concierto y el conflicto de estas narraciones en fuga los que ponen fin a cualquier incertidumbre estética. Ya ha escrito de sobra el artista Ottonello la prueba que de nada lo eximirá, pero que impulsa sin renuncia esta expulsión sistemática de los demás oficios, de las demás profesiones, de la imperiosa eternidad en curso: que lo aísla en el presente sin progreso de la presunción porque la consulta ya como profecía cumplida, desinteresadamente.