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No solo un libro de poemas, Mula blanca es también una crónica de viaje que arranca en el norte argentino, cruza a Bolivia, desciende a Buenos Aires y termina en Bogotá. A modo de Crucero ecuatorial, de Diana Bellessi, Andrea López Kozak, casi cuatro décadas después, vuelve a recorrer Latinoamérica poetizando la visión de una parte del continente y espejando con estos versos a su generación. La escritura surge de escenas íntimas y/o mayormente pueblerinas, nacidas a la sombra de un cardón alto “que tal vez es un indio convertido/ cuyas espinas le cuidan el sueño”. Aunque las “atmósferas” poéticas, perfectamente logradas, se sostienen en una observación de los detalles que las hacen parecer películas o fotografías, el gran atractivo de Mula blanca es su relación con el elemento humano: son lxs otrxs quienes le dan significado al viaje, ellxs son lxs protagonistas. No solo lxs anónimxs o lxs conocidxs ocasionales que van apareciendo en el camino, también lo es la ¿amada? que la acompaña y con quien duerme vestida y abrazada en una noche fría, la que le pasa el dedo con saliva por la pierna para limpiarle una mancha de grasa que le dejó la bicicleta. En estos poemas se toma cerveza helada, se habla de porro, se rompe una botella de vino en la noche gritando el nombre del amor ausentado, se baila en la disco Amérika y se levanta el polvo blanco del camino a Fiambalá. Porque todo está en los ojos del yo que escribe, que es el timón en el periplo. Y porque al fin y al cabo, pregunta López Kozac, ya fuera del hechizo de las geografías: “¿Qué esperabas/ de un lugar? Los lugares/ no son felices ni tristes, / una llega y/ se acomoda, como puede”.
Mula blanca de Andrea López Kosak
No solo un libro de poemas, Mula blanca es también una crónica de viaje que arranca en el norte argentino, cruza a Bolivia, desciende a Buenos Aires y termina en Bogotá. A modo de Crucero ecuatorial, de Diana Bellessi, Andrea López Kozak, casi cuatro décadas después, vuelve a recorrer Latinoamérica poetizando la visión de una parte del continente y espejando con estos versos a su generación. La escritura surge de escenas íntimas y/o mayormente pueblerinas, nacidas a la sombra de un cardón alto “que tal vez es un indio convertido/ cuyas espinas le cuidan el sueño”. Aunque las “atmósferas” poéticas, perfectamente logradas, se sostienen en una observación de los detalles que las hacen parecer películas o fotografías, el gran atractivo de Mula blanca es su relación con el elemento humano: son lxs otrxs quienes le dan significado al viaje, ellxs son lxs protagonistas. No solo lxs anónimxs o lxs conocidxs ocasionales que van apareciendo en el camino, también lo es la ¿amada? que la acompaña y con quien duerme vestida y abrazada en una noche fría, la que le pasa el dedo con saliva por la pierna para limpiarle una mancha de grasa que le dejó la bicicleta. En estos poemas se toma cerveza helada, se habla de porro, se rompe una botella de vino en la noche gritando el nombre del amor ausentado, se baila en la disco Amérika y se levanta el polvo blanco del camino a Fiambalá. Porque todo está en los ojos del yo que escribe, que es el timón en el periplo. Y porque al fin y al cabo, pregunta López Kozac, ya fuera del hechizo de las geografías: “¿Qué esperabas/ de un lugar? Los lugares/ no son felices ni tristes, / una llega y/ se acomoda, como puede”.
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